DE POR QUÉ ES CONVENIENTE EL ESTUDIO DE LA LENGUA

                Las lenguas son lineales. No podemos pronunciar dos palabras a la vez. O decimos el abuelo fue picador o decimos el picador fue abuelo. Pero no podemos pronunciar a la vez picador y abuelo. Al hablar, vamos produciendo, querámoslo o no, una línea, un hilo, el hilo del discurso. Y no olvidemos que "discurso" viene del verbo "discurrir". Sin nuestra lengua no podemos pensar el mundo. Ni podemos pensarnos a nosotros mismos en nuestra relación, siempre dialéctica, con el mundo. Y tomemos "pensar" en su mayor extensión semántica, que abarca también el 'sentir'. Piensa el sentimiento, siente el pensamiento, como nos enseñó Unamuno. Emilio Lledó, de lectura siempre recomendable cuando de pensar y de sentir se trata, utiliza a menudo el verbo "enhebrar". En nuestra mente, con sutil aguja, enhebramos el hilo del discurso y vamos tejiendo tejidos, que no otra cosa, incluso etimológicamente, son los textos. Ahora bien, si queremos producir discursos bien discurridos, bien pensados y sentidos, y no repetir como loros las consignas de los buitres que tratan de encauzar nuestras vidas y dominarnos, estamos obligados a ejercitarnos en nuestra tarea de corte y confección de textos. Y tenemos que estudiar, analizar e interpretar las grandes obras de la alta costura, que en nuestro caso son las grandes obras de la literatura, si queremos progresar en nuestra labor de sastres del lenguaje (y el lenguaje no perdona, porque, si no intentas ser sastre, acabas siendo desastre: gracias, don Francisco). Así pues, cuanto mayor dominio tengamos del hilo del discurso, del discurso nuestro y del discurso de los demás, que no siempre hilan y tejen a nuestro favor (el lenguaje también sirve para mentir), mejor podremos estar en el mundo: seremos más asertivos, más comprensivos, más sensibles, pero también más cautos, más precavidos, menos pardillos. Y cultivemos la sintaxis, que la lengua no es solo léxico. Analizar sintácticamente bien es saber leer bien, a los demás y a nosotros mismos. Finalmente, no olvidemos que, en los conflictos entre humanos, si queremos resolverlos de una manera pacífica, hemos de recurrir al parlamento, que viene de "parlar". Cuidemos, por tanto, el hablar. Porque, cuando el parlamento falla, solo queda el recurso brutal del armamento. Unos gobiernos que no estimulan entre los ciudadanos el estudio del lenguaje, en todas sus facetas, no quieren, quizás porque no les conviene, una sociedad de mentes que discurran, de mentes que propongan, de manera a la par bien argumentada y seductora, alternativas al mangoneo, la insolidaridad y la injusticia social que campan a sus anchas. El poder quiere una sociedad agresiva y balbuciente, una sociedad de hombres que apenas se atreven a decir lo que sienten ni a preguntar a los causantes de su infortunio el porqué de su infortunio. Una sociedad de pasmados que, como aquellos ángeles mudos de Alberti, "van a morirse mudos, / sin saber nada". 

 Juan Manuel González Luque

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